La Palabra de Dios nos Transforma

    Lámpara es a mis pies tu palabra y lumbrera a mi camino” (Salmo 119:105). ¿Cuántos cristianos sabemos ese verso de la Biblia de memoria? Yo creo que muchos lo sabemos. Pero quizás la pregunta real deba ser: ¿cuántos de nosotros nos esforzamos por hacer que este versículo sea verdad en nuestras vidas? Muchos de nosotros damos por sentado el don precioso que Dios nos dejó, para recordarnos de Sus promesas, y que sean la lámpara que alumbre nuestro camino. Yo sé que yo lo hice.

    En el verano de 2010, una hermana de nuestra iglesia me preguntó si yo quería participar en el Concurso Bíblico. Yo titubeé para responder porque, honestamente, no quería pasar mi verano (tiempo de vacaciones) estudiando la Biblia, y mucho menos memorizándome un libro de la Biblia. Finalmente, después de unos minutos de lucha interna, acepté el reto y accedí a participar en la competición. Yo no imaginaba que la decisión que acababa de tomar sería la forma en que Dios cambiaría mi perspectiva de la vida, y de lo que yo deseaba para mí.

    Crecí en medio de una familia cristiana, y asistí regularmente a la iglesia. He tenido muchos encuentros preciosos con Dios, principalmente cuando era niña. Yo sabía lo que es estar en la presencia de Dios, y anhelaba sentir otra vez ese fuego de Su Espíritu ardiendo dentro de mí. Pienso que una razón por la que Dios todavía escuchaba mis oraciones, a pesar de mis caminos, era que en lo profundo de mi ser, yo todavía le temía y anhelaba Su presencia en mi vida. Como muchos jóvenes en la actualidad, yo estaba muy desanimada porque le había fallado muchas veces al Señor, y no creía posible que Él todavía me escuchara. Es cierto que yo anhelaba Su presencia, pero deseaba aún más las cosas que ofrece el mundo. Ya estaba en mi tercer año de universidad estudiando Medicina, pues el sueño de toda mi vida había sido ser médico. Yo anhelaba ser el orgullo y gozo de mi madre y de mi familia. Sabía que muchas personas esperaban que yo llegara a ser médico, y no quería defraudarlas.

    Cuando empecé a memorizar el Libro de Malaquías, encontré que estaba siendo impregnada por la Palabra de Dios, y pasé horas enteras estudiando y pasando tiempo con Él. Mientras más le daba yo mi tiempo, más abría Él mi oído; así que pude escucharlo. Por primera vez pude sentir que el Salmo 119:105 se estaba volviendo real en mi vida. Podía ver cómo Su Palabra iluminaba la senda oscura por la que yo estaba caminando. Pude ver que estaba ofreciéndole a Dios “lo rasgado” (Malaquías 1:13, Versión King James). Sentí que todo ese versículo era aplicable a mí: “Habéis además dicho: ¡Oh, qué fastidio es esto! y me despreciáis, dice Jehová de los ejércitos; y trajisteis lo hurtado (rasgado), o cojo, o enfermo, y presentasteis ofrenda. ¿Aceptaré yo eso de vuestra mano? dice Jehová.” Yo pude identificarme con los sacerdotes de Israel, en cuanto a lo que ellos ofrecían al Señor. Pude ver que yo estaba corriendo en pos de mis propios deseos, y no en pos de lo que Dios quería para mí.

    Durante esos meses el Señor me habló como nunca antes durante los servicios de la iglesia, y empezó a confirmarme Su Palabra a través de diversos vasos que usó para alcanzarme. Hizo mucho énfasis en decirme que sólo confiara en Él, y en que le rindiera todo. Yo sé que, a menudo, los jóvenes tenemos temor de lo que el futuro nos depara. Nos afligen preguntas que van más allá de nuestro entendimiento, y tratamos de responderlas elaborando un plan para nuestras vidas. Mi plan consistía en ir a la universidad y convertirme en una doctora de éxito. Cuando el Señor empezó a hablarme, supe que no debía hacer mi voluntad, sino la Suya. Es duro no saber lo que el Señor tiene para nosotros, pero es allí donde necesitamos tener confianza en Él. Si confiamos en que Él va a cumplir Su propósito en nuestra vida, encontramos verdadera paz en nuestro corazón.

    Desde que entendí esto, muchas cosas cambiaron en mi vida; entre ellas, mis prioridades. Yo sabía que hacer la voluntad de Dios era más importante que alcanzar los deseos de mi corazón. Como dice 1 Juan 2:15-17: “No améis al mundo, ni las cosas que están en el mundo. Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él. Porque todo lo que hay en el mundo, los deseos de la carne, los deseos de los ojos, y la vanagloria de la vida, no proviene del Padre, sino del mundo. Y el mundo pasa, y sus deseos; pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre.” Cuando comparezcamos ante Su presencia, no podremos llevar con nosotros ninguno de los títulos que hayamos obtenido, ni las riquezas que hayamos acumulado en este mundo; solamente llevaremos lo que hicimos para Él conforme a Su voluntad.

    Gracias al ánimo que me dieron hermanos de mi iglesia, y a la mano de Dios dirigiendo mi vida, tomé la decisión de asistir al Instituto Ministerial Hebrón, para buscar una relación más íntima con mi Señor. Escoger Su camino no siempre es fácil, y yo he encontrado muchos obstáculos en ese camino; pero estoy convencida de que si estoy en Su voluntad, todo lo demás estará en el lugar que Él desea.

Kelly Alvarenga

Iglesia La Senda Antigua, Los Ángeles CA.

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